Mariella Devia en El Escorial.


Recital Lírico. Auditorio de San Lorenzo del Escorial, 05/07/13. Mariella Devia (Soprano), Giulio Zappa (Piano). Obras de Gounod, Massenet, Bellini, Liszt, Ravel y Donizetti.

Han pasado ya más de dos semanas desde que la soprano italiana Mariella Devia ofreciera su recital en el Auditorio de San Lorenzo del Escorial, emplazado a escasos metros del emblemático Monasterio de la ciudad. La última vez que nos visitó la cantante fue con su emotiva Imogene del Pirata barcelonés, una auténtica demostración de belcanto que muy pocas han sido capaces de superar.

Desde que hace un tiempo, un buen amigo me animara fehacientemente a acudir a una de sus actuaciones, pocas han sido las veces en las que la emoción me ha desbordado en una interpretación musical. Porque, no lo olvidemos, Devia es capaz de despertar sentimientos usando como única vía de comunicación, su voz. Una voz lírico-ligera, que con el paso del tiempo ha ido incrementando su repertorio hacia papeles de mayor amplitud, como las tres reinas Tudor de Gaetano Donizetti o más recientemente, Norma.

El concierto se inició con los delicados Sonetos de Petrarca de Franz Liszt y unas canciones de Maurice Ravel, de aspecto mucho más grácil y desenfadado, que Devia supo dotar de la picardía justa, sin rebasar nunca el perímetro de lo histriónico. A continuación ofreció dos arias francesas habituales en sus recitales. La primera, «Adieu notre petite table» la desgranó gustándose en un cálido fraseo y un apoyo diafragmático que a sus 65 años recién cumplidos no deja de ser asombroso. Lleva la pieza a su terreno y con el tiempo ha conseguido hacerla suya, de ahí su canto a media voz durante la mayor parte del aria y esos «Adieu» perfilados en un suspiro suspendido en el aire, realmente mágico. «Je veux vivre» de Romeo et Juliette requirió una coloratura limpia y un control de escalas que Devia logró sacar muy dignamente.

Tras una primera parte a modo de calentamiento, que empezó a caldear a los espectadores, en su mayoría venidos de la capital y diversos lugares de España, vino una segunda de mayor dificultad técnica. A un «Casta diva» llevado al límite con un fiato prodigioso y una cabaletta algo trabajosa en la agilidad, nos llevó al éxtasis en una sentida versión de «Piangete voi…Al dolce guidami» de Anna Bolena, una página que conoce bien y a la que sabe dotar de carácter en el recitativo inicial, de mayor mérito teniendo en cuenta que era un recital a piano. El aria acrecentó un control respiratorio sin parangón desde el ataque («Al dolce guidami») hasta «castel natio», vibrado y con trino final y limpieza en una emisión relajada, sin aparente esfuerzo.

Y es que todo parece fácil cuando tras semejante alarde y para cerrar el programa oficial, acomete la escena final de Roberto Devereux, «Vivi ingrato…Quel sangue versato». En su tercer acercamiento a la pieza, tras su recital en el Maggio Musicale Fiorentino, donde interpretó las tres escenas finales de la Trilogía Tudor, y sus funciones en versión concierto en la Ópera Municipal de Marsella, demostró ser una de las herederas de la escuela belcantista italiana. Metiéndose una vez más en el personaje, cantando cada una de las notas sin salirse de la partitura (incluso aquellas que obien por dificultad, o por tradición, han sucumbido a la exageración), respetando todas las pautas dramáticas del texto, alcanzó ese estado emocional al que nos referíamos al comienzo de estas líneas. Aunar en los casi diez minutos de duración, emoción y buen canto, haciéndonos partícipe de las desgracias de Elisabetta, quien abdica en favor de su hijo, para estallar en una sonora ovación, tan calurosa como la de su entrada a escena, toda vez culmina con el obligado sobreagudo, potente, con brillo, que terminó por poner en pie al auditorio. Por si hubiera sido poco, la gran cantante sorprendió al público con una interesante versión del «Vissi d’arte» pucciniano, una página de tesitura muy central, que le viene bien al estado actual de su voz, pleno de armónicos en esa zona del instrumento, que además encontró a la doliente intérprete a manos de Devia, terminó con otra propina,  el «Vals de Musetta» de La Bohême.

A su lado, un inspirado Giulio Zappa acompañó con mesura a la soprano. Con temple y unos efectistas pianísimos ayudados con el pedal, dotó de tensión y vigor las arias belcantistas y de ensoñador lirismo las destinadas a melodías francesas, con la delicadeza que se merece cualquier mujer.

Autor: Arian Ortega.

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