La Traviata en El Escorial, crítica.

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La Traviata (Giuseppe Verdi). Auditorio de San Lorenzo del Escorial, 26/07/13. Desirée Rancatore (Violetta), José Bros (Alfredo), Ángel Ódena (Giorgio Germont), Pilar Vázquez (Flora), Albert Casals (Gastón), Marta Ubieta (Annina).Pietro Rizzo (Dir. Musical). Susana Gómez (Dir. Escena)

  La Traviata de Verdi fue el título seleccionado por el Auditorio del Escorial para conmemorar, a su manera, el bicentenario del compositor de Busetto. Y lo hacía dedicando la función de estreno a las víctimas del accidente ferroviario de Santiago de Compostela. Una muestra de respeto a la que por supuesto, me uno.

La milimetrada acotación planteada por Francesco Maria Piave, basándose en la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas, no se presta a demasiadas transposiciones de tiempo ni variaciones escenográficas. No es de extrañar por ello que el gran porcentaje de producciones que vemos de este título, con alguna ligera modificación en el vestuario o en el mobiliario, presenten de base las mismas ideas.

Susana Gómez es hábil y parece crecerse ante las adversidades, como pudimos comprobar en su puesta en marcha de la Norma del Teatro Campoamor de la temporada pasada. En su Traviata se reconocen virtudes, sacando a los personajes de su origen natural para trasladarnos a la España franquista de los años 40, con una estética muy cinematográfica, en la que apenas se perciben cambios de escena. La mayoría de los cantantes, situados lo más cerca posible del escenario, favorecen la impostación de la voz e incluso nos retrotraen al pasado, cuando Alfredo canta su escena en una silla, de cara al público. La escenografía es visual desde el punto de vista estético, aunque no deja de ser manida la presencia de trajes de noche, sofás o cristaleras espejadas. Pero si de algo peca es de una paupérrima dirección de actores, que parecían deambular por el escenario; en el caso del coro, como auténticos autómatas, lo que llegó a convertir las fiestas en un bailecito de lo más ridículo.

La soprano italiana Desirée Rancatore había debutado el rol de Violetta hace no mucho tiempo en Montecarlo. Era un título que esperaba con mucha ilusión, como tantas otras sopranos, y que como no podía ser de otra forma, adapta a sus condiciones. Sin embargo, el primer acto, el más ligero y el que más le conviene, la coge desprevenida y fría, no terminando de colocar la voz en el lugar adecuado, convirtiendo su gran escena en un momento anodino y carente de emoción. La coloratura, cuidada pero irregular en la emisión, no sorprendió a los oyentes, resultando el mib conclusivo, caído de posición y sin brillantez. El segundo acto, de mayor peso, lo solventó en una carrera de fondo, siendo solo su «dite alla giovine» un momento de relieve dentro de una interpretación que aún no domina. Violetta es un papel que aún no tiene asimilado y por ello no llega a conmover al espectador, aunque para cuando llegó al tercer acto, visiblemente fatigada, apareció la mejor Rancatore para perfilar las mejores frases en su diálogo con Annina y en un «Parigi o cara» en el que empastó muy bien con José Bros y nos dejó algún filado de buena colocación.
José Bros es hoy por hoy, uno de los tenores belcantistas más codiciados de nuestro país. El catalán es un fraseador nato y sus frases tienen intención y un acento aún juvenil y ardoroso. Visiblemente recuperado del registro alto de la voz, superior en este sentido a su notable Roberto Devereux de hace escasos meses en Madrid, únicamente acusaría alguna oscilación a partir del la natural, aunque los sacó con prudencia, intentando no abrir el sonido y llevarlo al forte para evitar una quebradura. Valiente, destacó desde la primera intervención («Marchese«) hasta una escena bellamente dicha, tanto en el recitativo («Lunge da lei«), como en el aria («De miei bollenti spiriti«). La cabaletta, un momento más expuesto, fue solventado con dignidad y a poco estuvo de subirse al do#, que finalmente declinó. La escena del duelo, en la que tira el dinero a Violetta, aportó un momento de contenida tensión, mientras que su dúo final con la enferma amante le permitió recrearse en alguna media voz de cálidos matices y una última sección perfectamente articulada.
Ángel Ódena, ataviado a la manera del ya desaparecido José Sancho en Cuéntame, regaló volumen y generosos agudos a un público que lo premió en su justa medida. El caso del tarraconense es singular. El cantante sabe cantar, valga la redundancia. Nos referimos a frasear, apianar y cantar legato. Y lo hace, en esporádicos momentos del «Pura siccome un angelo» o en la cabaletta «No, non udrai rimproverì«. En otros, los más, opta por emitir sonidos amplios, sonoros, en ocasiones hirientes, si bien no tan exagerados como en otras ocasiones. Buena prestación en todo caso, desde el punto de vista escénico. En su dúo con Violetta no dejó de ser interesante el momento en el que ésta, renunciando al amor de Alfredo, le da una importante suma de dinero, ante el que responde con elogios y buenas palabras por su parte («No, generosa, vivere…«), a modo de soborno.
Los comprimarios fueron de gran calidad y en algunos casos estuvieron desaprovechados para cometidos mayores. Caso de Albert Casals, un joven cantante salido de la Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell, que ya había tenido oportunidades mayores al cantar el papel de Percy de Anna Bolena junto a Mariella Devia, en Trieste. Pilar Vázquez es una estupenda mezzo a la que hemos podido oir en diversos recitales de la capital. Marta Ubieta y Damián del Castillo se mostraron impecables en sus breves apariciones.
El director musical Pietro Rizzo estimuló a la Orquesta de la Comunidad de Madrid y sacó brillo de una variada partitura desde un matizado preludio hasta una intenso «Addio del passato». Desde el foso afloró un refinado sonido de todas las secciones y con tiempos rápidos supieron concentrar toda la emoción del momento. El coro aprovechó sus momentos y se lució en cada una de sus apariciones.
Arian Ortega.

Mariella Devia en El Escorial.

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Recital Lírico. Auditorio de San Lorenzo del Escorial, 05/07/13. Mariella Devia (Soprano), Giulio Zappa (Piano). Obras de Gounod, Massenet, Bellini, Liszt, Ravel y Donizetti.

Han pasado ya más de dos semanas desde que la soprano italiana Mariella Devia ofreciera su recital en el Auditorio de San Lorenzo del Escorial, emplazado a escasos metros del emblemático Monasterio de la ciudad. La última vez que nos visitó la cantante fue con su emotiva Imogene del Pirata barcelonés, una auténtica demostración de belcanto que muy pocas han sido capaces de superar.

Desde que hace un tiempo, un buen amigo me animara fehacientemente a acudir a una de sus actuaciones, pocas han sido las veces en las que la emoción me ha desbordado en una interpretación musical. Porque, no lo olvidemos, Devia es capaz de despertar sentimientos usando como única vía de comunicación, su voz. Una voz lírico-ligera, que con el paso del tiempo ha ido incrementando su repertorio hacia papeles de mayor amplitud, como las tres reinas Tudor de Gaetano Donizetti o más recientemente, Norma.

El concierto se inició con los delicados Sonetos de Petrarca de Franz Liszt y unas canciones de Maurice Ravel, de aspecto mucho más grácil y desenfadado, que Devia supo dotar de la picardía justa, sin rebasar nunca el perímetro de lo histriónico. A continuación ofreció dos arias francesas habituales en sus recitales. La primera, «Adieu notre petite table» la desgranó gustándose en un cálido fraseo y un apoyo diafragmático que a sus 65 años recién cumplidos no deja de ser asombroso. Lleva la pieza a su terreno y con el tiempo ha conseguido hacerla suya, de ahí su canto a media voz durante la mayor parte del aria y esos «Adieu» perfilados en un suspiro suspendido en el aire, realmente mágico. «Je veux vivre» de Romeo et Juliette requirió una coloratura limpia y un control de escalas que Devia logró sacar muy dignamente.

Tras una primera parte a modo de calentamiento, que empezó a caldear a los espectadores, en su mayoría venidos de la capital y diversos lugares de España, vino una segunda de mayor dificultad técnica. A un «Casta diva» llevado al límite con un fiato prodigioso y una cabaletta algo trabajosa en la agilidad, nos llevó al éxtasis en una sentida versión de «Piangete voi…Al dolce guidami» de Anna Bolena, una página que conoce bien y a la que sabe dotar de carácter en el recitativo inicial, de mayor mérito teniendo en cuenta que era un recital a piano. El aria acrecentó un control respiratorio sin parangón desde el ataque («Al dolce guidami») hasta «castel natio», vibrado y con trino final y limpieza en una emisión relajada, sin aparente esfuerzo.

Y es que todo parece fácil cuando tras semejante alarde y para cerrar el programa oficial, acomete la escena final de Roberto Devereux, «Vivi ingrato…Quel sangue versato». En su tercer acercamiento a la pieza, tras su recital en el Maggio Musicale Fiorentino, donde interpretó las tres escenas finales de la Trilogía Tudor, y sus funciones en versión concierto en la Ópera Municipal de Marsella, demostró ser una de las herederas de la escuela belcantista italiana. Metiéndose una vez más en el personaje, cantando cada una de las notas sin salirse de la partitura (incluso aquellas que obien por dificultad, o por tradición, han sucumbido a la exageración), respetando todas las pautas dramáticas del texto, alcanzó ese estado emocional al que nos referíamos al comienzo de estas líneas. Aunar en los casi diez minutos de duración, emoción y buen canto, haciéndonos partícipe de las desgracias de Elisabetta, quien abdica en favor de su hijo, para estallar en una sonora ovación, tan calurosa como la de su entrada a escena, toda vez culmina con el obligado sobreagudo, potente, con brillo, que terminó por poner en pie al auditorio. Por si hubiera sido poco, la gran cantante sorprendió al público con una interesante versión del «Vissi d’arte» pucciniano, una página de tesitura muy central, que le viene bien al estado actual de su voz, pleno de armónicos en esa zona del instrumento, que además encontró a la doliente intérprete a manos de Devia, terminó con otra propina,  el «Vals de Musetta» de La Bohême.

A su lado, un inspirado Giulio Zappa acompañó con mesura a la soprano. Con temple y unos efectistas pianísimos ayudados con el pedal, dotó de tensión y vigor las arias belcantistas y de ensoñador lirismo las destinadas a melodías francesas, con la delicadeza que se merece cualquier mujer.

Autor: Arian Ortega.