(L)´eli(S)ir (D)´amore en el Teatro Real de Madrid.

Minientrada

«El Elisir de nuestros días»

L´elisir d´amore (Gaetano Donizetti). Celso Albelo (Nemorino), Nino Machaidze (Adina), Fabio Capitanucci (Belcore), Erwin Schrott (Dulcamara), Ruth Rosique (Gianetta). Marc Piollet  (Director Musical), Damiano Michieletto (Director de escena). 2 y 17 de diciembre del 2013, Teatro Real.

Contra todo pronóstico, hemos pasado en las dos últimas temporadas, de la desaparición del repertorio belcantístico italiano, a la concesión de tres títulos del compositor bergamasco Gaetano Donizetti, con las representaciones, el pasado mes de marzo, de Roberto Devereux y las funciones ofrecidas por el incombustible Riccardo Muti, de Don Pasquale, solo un par de meses más tarde. A principios del mes de diciembre, recién llegado de Palermo y Valencia, de dónde surgió esta nueva producción, L´elisir d´amore volvía a la capital tras casi una década de ausencia, con un reparto que prometía una labor global muy interesante.

Celso Albelo haría su presentación oficial en Madrid, en 2009, durante los agitados Rigoletto a los que llegó por indisposición de los tenores previstos. Su Nemorino compone a día de hoy gran parte de su agenda y sinceramente, creemos que pocos tenores hay capaces de comprender todas las aristas del personaje y plasmarlas sobre las tablas. Particularmente había tenido la oportunidad de oirle con este mismo título en Las Palmas, en el 2011, y me causó un gran impacto, consiguiendo entrar en esa lista de cantantes que merece la pena seguir. El cantante canario, que de belcanto sabe bastante, pone al servicio del texto, con un italiano practicamente pulido, un material generoso en naturalidad y con un sentido teatral muy efectivo. No faltarán muchas de las inflexiones que su modelo (no hace falta mencionar a Kraus) legó a lo largo de la historia. Se ven, qué duda cabe, en los ataques iniciales, el arrastrado de ciertas consonantes, la posición de la boca o alguna de las puntature, no escritas en la partitura, pero deseadas por el público. En ambas funciones recreó un regusto fresco, una voz más densa que de costumbre y un centro limpio, pulidísimo. Tampoco ha perdido facilidad de proyección en un agudo límpido, yéndose hasta en dos ocasiones a las variantes en Do4. Pero si por algo merece la pena destacar a Albelo en esta ocasión, es por su emotivísima «Una furtiva lagrima» de la función del 17, retransmitida por RNE, para los que estén interesados. Pese a lo archiconocido de la pieza, algo que no siempre es de mi agrado, viéndose todos los cantantes que la interpretan, a interpolar ese plus de variedad que los hace especiales, logró paralizar el tiempo en una clase de belcanto legendaria, reduciendo su intervención a una eterna media voz, regulada a placer, que provocó no pocos momentos de entusiasmo entre el público. Respecto a la ágil y divertida puesta en escena, no escatimó en dosis de humor, destacándose como un estupendo actor, sin olvidar la música, lo que sigue estando por encima de todo.

De Nino Machaidze traía mejores referencias desde su Marie de hace tres temporadas en el Liceu. No diremos que su actuación fuese un desastre, ni mucho menos, pero si lamentamos que esa prometedora voz que oímos en su día, se haya quedado en eso. La cantante georgiana tarda un tiempo en ganar enteros en el centro, que presenta graves problemas de apoyo y un exceso de armónicos que dejan asomar un vibratto ligeramente molesto. El timbre resulta grato y como intérprete hace frente a todas las interrogantes del personaje, llegando especialmente inspirada a su aria final, «Prendi, per me sei libero» y su inmenso dúo con Dulcamara del último acto, donde aparecieron todas las virtudes de la soprano, incluyendo algún Reb interesante. Eso sí, cogido muy piano y cortándolo brevemente. De los mib mejor nos olvidamos.

Fabio Capitanucci quizá sea a día de hoy uno de los barítonos italianos más reputados de su generación. Un sólido instrumento y una inusitada belleza del timbre, componen, junto a esa inalcanzable italianità, un cantante honesto y válido en este repertorio. Aunque Belcore no sea especialmente difícil, entendiendo que le hemos oído en mejores ocasiones como Enrico de Lucia, o Conde de Notthingam de Devereux, no podemos valorar como se debiera, su labor en estas funciones, puesto que el cantante, días atrás, presentó un fuerte resfriado que afeó una labor casi siempre encomiable.

Llegamos en el último párrafo, no sin destacar a Ruth Rosique, como una bellísima y bien cantada Gianetta, para hablar del bajo Erwin Schrott, un cantante que aparentemente ajeno a las bases del canto lírico más depurado, adorado y odiado a partes iguales, se encuentra amparado en una discográfica encargada de resaltar sus otras virtudes. Si en otras ocasiones el canto no pudo ser todo lo limpio que cabría desear, nos sorprendió en esta ocasión con un Dulcamara muy bien cantado, pese a alguna aspereza inicial. Más centrado en su papel y sin alardear de sus características físicas como en otras ocasiones, interpretó al doctor con sarcasmo, genialidad y un sillabato correcto allí donde otros forman un batiburrillo de palabras inconexas. Además, se recreó en algunas notas que mantienen posición y buen color. Es justo reconocer cuando algo está bien hecho y en este caso lo estuvo.

El director francés Marc Piollet, que dió muestras de calidad en su Don Quichotte del 2011, junto a Anna Caterina Antonacci y Ferrucio Furlanetto, subrayó la parte más patética de la partitura y dejó una labor precisa y ordenada en el sonido, cuidando de no dificultar la proyección a los cantantes, si bien se echó en falta una mayor agilidad y variedad tan presentes en las óperas belcantistas.

La producción del joven director italiano Damiano Michieletto, estrenada en el Palau de Les Arts de Valencia puede molestar a quienes asumen su visionado por primera vez. Está claro que el excesimo movimiento escénico, dificulta el seguimiento de los cantantes principales y en algunas ocasiones distraen de la labor principal. Sin embargo, la puesta está tan al orden del día, que incluso podemos aceptar de sumo grado, que el mágico Elisir pase por coca de la buena (cincuenta euros le cuesta al tenor cada dosis) o que el coro se zambulla en una enorme piscina de espuma, mientras un cómico Celso Albelo en calzoncillos, se da una buena ducha en la parte derecha del escenario. Esperemos que el agua no le perjudicara mucho.

Autor: Arian Ortega.