Lux Aeterna, Maestro Abbado.

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«Lux Aeterna, Maestro Abbado»

Una buena soprano me comentó tiempo atrás, la diferencia que existía entre un director de orquesta (incluso uno extraordinario) y un maestro de orquesta. No siempre es fácil distinguir esa línea que impide pasar al otro lado de la valla. Es tal el libre acceso del que disponemos para llegar a múltiples grabaciones, que en ocasiones hay que saber poner una medida stándart, dejando lo extraordinario al margen. Basta recordar otra frase, en este caso de una antigua profesora, que decía tal que así. «El diez para mi es la perfección. Por eso nunca los pongo». Y así podemos calificar la calidad de un músico que, como tantos otros que nos han ido abandonando estos últimos agnos, ha dejado un vacío profundo en la historia de la música sinfónica desde tiempos remotos.

Claudio Abbado fallecía el pasado 20 de enero tras haber sufrido una importante enfermedad de la que se había visto contagiada su agenda. Milanés de origen, este hombre inicia sus estudios de composición, piano y dirección orquestral en el Conservatorio de Milán. No es hasta 1955 cuando inicia un curso de perfeccionamiento junto al coetáneo Zubin Mehta. Durante ese periodo recibe ayuda de Bruno Walter, indiscutible del género, así como de Herbert von Karajan, del que bebe en gran parte de su repertorio. Así, no dejan de tener interés histórico sus grabaciones de las sinfonías completas de Beethoven o su no menos redondo Requiem de Mozart, acaso una de las misas, si se me permite denominarla como tal, más fascinantes que puedas encontrar dentro de ese periodo. Tan solo cinco temporadas más tarde se le abrirán las puertas del coliseo más ambicioso de la bella Italia, el Teatro alla Scala de Milán, donde posteriormente ocupará el puesto de director estable desde 1968 hasta 1986.

Sus inquietudes en el terreno de la música contemporánea le llevan a montar títulos de la índole de Lulu, Cardillac, pero también Moses und Aaron y diversas piezas de Stravinsky, afirmándose como un director polivalente y ambicioso a partes iguales. Pese a dejar sus posos principalmente en la vertiente más sinfonista, no deja de tener repercusión como operista, destacando de entre todas sus grabaciones, un mítico Simon Boccanegra que para los aficionados de nuestros tiempos seguro hace sus bocas aguas. Hablamos, por supuesto, de una toma con Abbado al frente de una ejemplar Orquesta del Teatro alla Scala, y un plantel con nombres de la talla de Cappuccilli, Freni, Ghiaurov, Van Dam, y un sorprendente, por lo infrecuente, Carreras en una toma en estudio.

Al margen de su labor como director orquestal al uso, Abbado no duda en apoyar y crear nuevos valores de la música iniciando un proyecto de creación de la European Community Youth Orchestra, a la que le sigue la Chamber Orchestra of Europe y la Gustav Mahler Jugendorchester. Con cada una de estas formaciones ha ido desarrollando a lo largo de la década de los 80-90, un vasto repertorio en diversas ciudades del mundo, aunque no es sin duda hasta el agno 2004, con la creación de la Orquesta Mozart de Bologna (que desgraciadamente atravesaba por fatídicos momentos hace un par de semanas), con la que creció, más si cabe, como un auténtico humanista para la integración y desarrollo de músicos, labor pareja a la que viene ocupando Riccardo Muti o directores que llegados al punto cúlmen de sus carreras con los deberes hechos, no contestos con ellos, se dedican de manera poco más que altruista, a beneficiar con sus conocimientos a los que son el futuro de la cultura en el mundo, pero más particularmente en Italia, tierra que desde hace unos días siente un vacío del que será difícil recuperarse.

Abbado se ganó el honor de recibir en agosto del 2013, el título de Senador della Reppublica Italiana. Addio, maestro. Fino a sempre.

Arian Ortega.

Albelo revoluciona el Teatro de la Zarzuela.

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«UN NUEVO ALBELO»

Recital Lírico. Teatro de la Zarzuela de Madrid, 02/01/13. Celso Albelo (tenor), Cristóbal Soler (Director musical). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Arias y romanzas de ópera y zarzuela.

 

El nuevo agno comenzó el pasado día uno de enero, con la ejecución por parte de un brillantísimo Daniel Barenboim del tradicional concierto de agno nuevo vienés, un certamen recurrente entre los aficionados de todas partes del mundo y que tras el fiasco producido por Welser-Möst, volvió a sus orígenes. No estamos aquí de todas formas, para hablar del argentino, sino del canario Celso Albelo, que volvía a Madrid tan solo unas semanas después de su aclamado Nemorino en el Teatro Real. El recital, que desconocemos los motivos, intercambió el orden del programa- dejando el repertorio espagnol como cierre-, prometía bastante como demuestra una apertura con una escena tan comprometida como la de Edgardo (Lucia di Lammermoor). El intérprete conoce sobradamente el papel, y hace escasos meses lo afrontaba en Corugna con al parecer, notable éxito. El fraseo siempre estará en su sitio, así como su vicio de atrasar las consonantes finales en un efecto que no siempre beneficia, pero que no lastra el legato de la pieza. La voz comienza a calentar una vez entramos en el aria, «Fra poco a me ricoverò», pese a que una amigdalitis sufrida recientemente le dejaba algún sonido entrevelado en la sección media y baja. Tras su habitual y siempre eficiente «Furtiva lagrima», llegamos a una matizada y medida versión del aria de Oronte en los Lombardi verdianos. «La mia letizia infondere», que dispone de su versión francesa -curiosamente más alta de tesitura- da mucho juego a un tenor preminentemente lírico como está empezando a ser Albelo. Los tresillos y el continuo devenir de ascensos y bajadas, fueron solo el comienzo de una pieza terminada en una bella sfumatura sobre el agudo final, brillante y recogido a la par. «La donna é mobile» cerró una primera parte con su correspondiente ataque al Si, tras una obertura de Nabucco– y el Orfeo a los Infiernos-, conjugada por un hábil Cristóbal Soler al mando de la orquesta titular del teatro.

La segunda parte sirvió de homenaje al emblemático lugar donde se encontraban. Si la primera parte brilló con luz tenoril propia, la segunda reafirmó el sorprendente ascenso de Soler a la dirección orquestal. Muchas veces nos hemos quejado de su escaso entusiasmo a la hora de afrontar muchas de las obras de la temporada zarzuelística, resultando la mayor parte planas y carentes de cualquier tipo de tensión. El preludio de «El tambor de granaderos», y la «Danza del fuego de Benamor» dejaron un imborrable sabor de boca a los aficionados contrastando las dinámicas, abusando de tempos rápidos, si bien no fue óbice para imprimir tensión y carácter genuino, subyugando con su ampli sinfonismo y color; sin caer esta vez en ninguna parafernalia fuera de lugar. Tras romanzas de «Don Gil de Alcalá«, Francisquita y una apabullante Jota de «El trust de los tenorios», con sobreagudo final gentileza del tenor, dos lucidas propinas. El aria de los nueve Does de «La fille du régiment», con sus zambombazos bien colocados y brillantes (salvo el último, tambaleante y levemente retrasado) y nuevamente «La donna»: El público no le privó de aplausos a ninguno de los intérpretas y salió con una sonrisa en la cara, como en los buenos tiempos.

Autor: Arian Ortega.